Solo una cosa puede garantizar nuestra felicidad.
Se trata de vínculos sanos.
En nuestra cultura, tenemos la idea que si no estamos bien con la familia debemos lograrlo como sea!
¡Ojo con ese juicio!
El costo puede ser tan alto que termine por destruirte…
Es cierto que, la mayoría de las veces, no nos atrevemos a tener las «conversaciones pendientes» con algunos integrantes de nuestra familia. Sin embargo, hay otros casos en los que la familia es la misma fuente de toxicidad.
Ello ocurre cuando dentro hay personas patológicas.
El problema, en esta situación, radica cuando uno trata y trata, incesantemente; haciendo todo tipo de esfuerzos de que esas personas amadas cambien y nos dejen de lastimar.
Primera cuestión: para tu estabilidad emocional, nunca esperes que sea el otro el que cambie.
Segunda cuestión: cuando habiéndote transformado tú, el otro sigue dañándote, es la señal perfecta de que debes tomar distancia.
Las familias representan el grupo de contención primario. El lugar al que todo ser humano acudirá en busca de protección, ayuda, apoyo, ánimo y valoración.
Sin embargo, esto no es lo que siempre ocurre. Y cuando nuestros familiares no nos valoran y, por ende, nos lastiman; perdemos la cordura.
Un integrante tóxico de tu familia puede hacerte más daño que un amigo, incluso que un simple conocido. Puesto que, de la familia, no nos esperamos nada malo.
Cuando ya has probado todas las maneras posibles de lograr paz interior y estabilidad emocional, y sientes que la pierdes justo cuando estás cerca de esa persona, es la señal correcta de que debes correrte. Tomar distancia. Ya sea por un plazo corto o largo. O regulándolo de manera que no te desestabilice.
“No golpees y golpees la misma puerta cuando nunca nadie te abrió. Será hora, entonces, de golpear otras puertas.”