Cierta vez, una señorita, se sentó en un banco esperando embarcar a su vuelo. Asiento de por medio, estaba sentada una señora de edad avanzada. Entre ellas, quedó un paquete de galletitas.
Cuando ella tomó de dicho paquete la primera galletita, la señora que leía un libro, alzó la vista, le sonrió y, luego, cogió una ella también.
La chica se sintió indignada. Sintió deseo de insultarla y decirle que cómo podía ser que fuera tan descarada al comer de su paquete sin que fuera invitada.
Así, fueron las dos sacando, una a una, las galletas.
La señorita iba levantando su ira…
Cuando quedó sólo una en el paquete, la señora la tomó, la partió en dos y extendió su mano para compartirle la mitad. Ella no pudo más de la bronca que sentía. Y esa vez, no se quedó callada. Entonces, con mucho enojo y violencia, le gritó: ¡Usted es una vieja descarada!
La señora no respondió, sólo tomó sus cosas y se levantó porque oyó la llamada de embarque.
Justo en ese momento, también anunciaron el del vuelo de dicha señorita. Furiosa como estaba, se levanta y se dirige hacia otra puerta, diferente de la de la señora.
Se cuelga su bolso sobre el hombro, mientras va caminando, y mete la mano en el mismo para sacar su tarjeta de embarque, cuando siente al tacto el paquete de galletitas.
Entonces se dio cuenta de que se había equivocado. Sintió mucha vergüenza. No podía creer lo que había sucedido…
Corrió para pedirles disculpas a la señora, pero ésta, con prioridad, ya había embarcado.
Autor, desconocido.
Mi reflexión:
Las palabras importan. Ellas tienen poder. Construyen nuestras realidades y lo que somos.
No hagas juicios apresurados. Recuerda que estás construyendo.
Eres el artista -creador- de tu propia obra de teatro. De tu propia historia.
Hazte responsable de ello.
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